domingo, 20 de septiembre de 2009

Cristina

Es verdaderamente insoportable oír la permanente referencia hacia la Presidente por su primer nombre. Desde los opositores hasta los oficialistas, necios todos, nadie repara en el respeto que se merece la máxima figura política del país. Para evitar pensamientos sobre la posición que se tiene al respecto, aclaro que mi objetivo es ser crítico con el Ejecutivo desde mis pensamientos; y suelo disentir frecuentemente con las formas de accionar de Cristina Fernández.

De cualquier manera, nadie tiene el derecho de referirse a ella como si fuera una tía o una amiga. Y es cierto que, aunque parezca una exigencia insignificante, el primer paso para reconstruir un país es recuperar el respeto. Se debe comenzar por quienes menos nos simpatizan, por aquellos que nos generan rabia o rechazo. Y seguramente este detalle es un punto a considerar.

Llamar a la Presidente por su nombre y apellido, discutir lo que no compartamos con ella o con quien obtenga el poder es un derecho a aprovechar. Aunque sepamos que el progreso no existe en la Nación, en las provincias o en las ciudades, debemos ubicarnos. La arrogancia no conduce a nada: a quien le quepa el sombrero que se lo ponga.