A propósito de que hace algunos días registramos el aniversario de muerte de Tomás Moro (1478-1535), parece lógico acercar una reflexión que resulta de escuchar hablar.
Hace dos años, en la mañana de la radio, el conductor recibió a un conocido en un corte comercial. El visitante le extendió un sobre con un disco de Paul Potts, al cual calificó como “una utopía”. El cantante, cuyo éxito se produjo tras participar en un reality show inglés, difícilmente pueda representar algo semejante. No se trata de que cante mal o no tenga talento: el punto es que los paradigmas principales de esta sociedad no contemplan personas fuera del modelo estético predominante que canten ópera.
Este encuentro, que presencié a un metro de distancia, sugirió una reflexión acerca del uso de palabras que tienen relación con la literatura. Los porteños (ni siquiera podría decir argentinos porque no me consta) suelen hablar de situaciones kafkianas, dantescas o utópicas, aunque un mínimo grupo conoce las obras de Franz, Alighieri o Moro.
Alguien, cuyo crédito debo, dijo que todos elogian a los clásicos pero nadie los lee. Que efectivamente se sumerjan en las aguas de la sabiduría, es una decisión personal; salvo que la independencia del individuo no sea suficiente como para decidirlo por sí mismo. Pero el hecho de utilizar ciertas expresiones en contextos insólitos, revelan el nulo conocimiento de obras y autores. Incluso no faltaría el índice acusador: “y… típico de burgués”, lo que no dista tanto de la realidad. O por lo menos suena más real que el hombre acusado de burgués al hablar por hablar.
Uno, que busca lleno de esperanzas, pretende llegar a cierta noción de los textos de Kafka, Dante o Moro, a fin de entender que si a una cocinera se le quema el pollo por hablar por teléfono, hay carencia kafkiana. O si, por caso, sufrimos un accidente de auto, no sería (en principio) utópico.
Salvo que venga Virgilio y nos guíe hacia una excursión singular, la realidad suele ser menos majestuosa, menos dantesca, si prefiere. Aunque la mayoría de los interlocutores se desvivan por demostrar la sabiduría que cosecharon durante horas de disfrute frente a preciados ejemplares.
“C’est trop facile. De faire semblant”[1].
[1] Es demasiado fácil, aparentar (Brel).