El primer contacto con la sala fue auditivo: nos recibió El viejo varieté. En el escenario, levemente iluminado, reposaba una colorida y original escenografía. De este lado, unos pocos espectadores ubicados, veinte minutos antes del comienzo del espectáculo. Las madres, los padres, y los abuelos entretenían a sus hijos con tentadoras golosinas, respuestas a interminables curiosidades, y canturreos sonrientes.
La mayor parte del público llegó sobre la hora. El teatro cobró vida, con ansiedad, aplausos, vocecitas charlatanas y miradas indagadoras. Los ojos húmedos estaban.
Los actores poblaron las tablas en una colorida, ágil, divertida y emocionante puesta en escena. El espíritu de María Elena Walsh, con la inteligencia, sensibilidad, ocurrencia y belleza que recordamos, ensanchó nuestros espíritus.
Los espectadores participaron con sus espontáneos coros y palmadas, gratificados ante una obra infantil inolvidable, tengan cinco o cuarenta años. “La galera encantada”, compañía de Héctor Presa, puede enorgullecerse por su labor, que escala al arte más elevado en su género, sin perder la capacidad de brindarlo con carácter de aventura, que es en fin la vida.
El elenco, encabezado por Lali Lastra, conjuga actuación, canto y baile con efectivos arreglos de Ángel Mahler. Encontrar espectáculos como María Elena es un acto de justicia con la obra de Walsh, y su altísimo nivel lo distingue en una cartelera en la cual los más bajitos se acercan a culturas imperialistas o nacionales, pero con dudoso valor.
Buenos Aires debe festejar y, bajo ninguna excusa, perderse esta propuesta del Teatro San Martín. Es un camino de acercarse a las historias, a las melodías, a la alta poesía popular, a la riqueza de nuestro idioma, y a la imaginación que corre en un inmenso bosque. Es un camino de acercarse a María Elena Walsh, a una de las artistas que acarició nuestros sentimientos y dibujó una floreada sonrisa en nuestros corazones.